Friday Apr 26, 2024

Homenaje a Aníbal, luchador de la Cooperativa Artes Gráficas Chilavert

Por Heike Schaumberg

Me faltan las palabras adecuadas para captar las emociones que me asaltaron cuando Martín, un trabajador de la cooperativa Chilavert, me comunicó el fallecimiento no esperado de Aníbal esta misma mañana, 5 de febrero del 2019. Pero aquí dejo mi homenaje. 

Gerardo Aníbal Figueroa falleció de golpe, en su casa, antes de salir a trabajar en Chilavert. A mí me golpeó fuerte la noticia, porque el día anterior había fallecido otro amigo mío muy querido, pero esta pérdida fue anunciada por una enfermedad. Ese no fue el caso con Aníbal, o al menos no se sabía, aunque recuerdo que cuando yo lo vi últimamente, en diciembre del año pasado, me parecía que no le encontraba el mismo espíritu alegre, como si le pesara algo. Pero borré ese pensamiento instantáneo suponiendo que seguramente se trataba del estrés o cansancio que todos sentían, por el volumen de tareas que de repente les llegó luego de una temporada muy difícil por falta de trabajo en el taller. Es un ritmo típico para la cooperativa desde que la formaron durante la toma en abril del 2002, en medio del levantamiento popular.

Aníbal no escribió grandes libros ni pintó grandes obras de arte, pero si los imprimió, o mejor dicho: formaba parte indispensable de un equipo para realizar tal fin, con toda la atención al detalle que perfeccionó en su experiencia laboral. Y esa experiencia fue larga, pero con sus 58 años de edad le faltaba para poder jubilarse y disfrutar de su familia, lo más importante para él. Entró a la imprenta ubicada en el barrio de Nueva Pompeya, la que hoy se conoce como Cooperativa Chilavert Artes Gráficas. Fue así bautizada, luego de que los ocho trabajadores que quedaron decidieron ponerle punto final al vaciamiento patronal de la empresa y al trabajo sin cobrar sus salarios. En el contexto de la recesión de fines de los años noventa, seguían poniendo el hombro como ya lo habían hecho en la época de la hiperinflación a fines de los años ochenta. Por respeto a los trabajadores de Chilavert no mencionaré el nombre de la imprenta que llevaba el nombre de su dueño anterior.

La recesión hacia fines de los años noventa afectaba en particular a Aníbal, ya que su hija más pequeña, de los cuatro hijos que tenía, necesitaba de atención especializada y viviendo lejos, en Villa Celina, no pudo vender el auto. Querían vender la casa, pero por la misma situación, no se obtenían más que unas migajas y no lograron venderla. Toda su familia dependía de su ingreso, no había otro. La patronal, en vez del sueldo de un trabajador calificado que cobraba antes, le tiraba 10 pesos por día, un poco allí y allá, mientras se llenaban sus bolsillos para mantener su estándar elevado de vida, a costa de los trabajadores. Aníbal, como los otros trabajadores, no sabían cómo poner comida en el plato de sus hijos, y le angustiaba poder pagar la nafta por cualquier eventualidad que tuviera que llevar a su hija al hospital de urgencia. No les quedaba otra que la toma, y Aníbal se quedó días y noches en el taller, firme en la lucha e impulsado por la rabia en razón de la estafa del director de la empresa. Cuando lo entrevisté, un 29 de septiembre del 2003, en el marco de mi investigación doctoral en antropología social, le pregunté: ¿qué significaba el trabajo para el? Su respuesta fue contundente:

“La vida. Sin trabajo uno, yo, me siento perdido. Yo estuve seis meses [parado por la crisis] que para mí, por más que estamos acá luchando, parece que estoy cruzado de brazos, no sé qué hacer. Viste, cuando te da para un tiempo que te fallece un pariente y hasta que no tenés algo planificado y no sabes más, quedás medio perdido. Te agarra un estrés que no sabes qué hacer, bueno, así. Estaba perdido, soy una persona, para mí, que yo empecé a trabajar a los 14 años, parecía inútil, no servía para nada. En casa me volvía loco, estaban los chicos estudiando y todo, y no podía ayudar en nada, ni siquiera en las tareas. Porque lo único que pensaba era estar acá [en la toma de Chilavert].”

Aníbal no era ningún famoso, ni gran líder, ni tampoco lo quiso ser. Más bien reconocía y valoraba los talentos y las transformaciones asombrosas durante la toma que observaba en sus compañeros de trabajo, de una lucha extraordinariamente inspirada y transcendental.

Aníbal era un trabajador. Inició su vida laboral con una pequeña experiencia como aprendiz de soldador eléctrico en una metalúrgica de donde lo echaron por sus afinidades sindicales, porque hacía cursos en la UOM. Tenía 14 años. Fue a finales del gobierno caótico de Isabel Perón. Aníbal encontró trabajo en la imprenta Chilavert inicialmente como aprendiz y cadete, luego trabajando en varias áreas del taller hasta llegar a especializarse en encuadernación.

Aníbal jamás militó en ningún partido, lo cual no implica que no haya tenido afinidades políticas. Su padre, quien hacía mantenimientos de soldadura y electricidad, simpatizaba con el peronismo aunque la familia era radical. Aníbal simpatizaba con el peronismo pero no militaba. Se acercó más por los amigos del barrio, cuando era “pibe, a mí me tenían como mascota en el peronismo”. Mantenía lazos informales con el peronismo más que nada a través de su actividad sindical, pero se basaba fundamentalmente en su compromiso solidario que partía de su conciencia de clase. Sí, se auto-identificaba como “una persona de lucha”. Sí, se dedicó a la lucha sindical en el taller y fue elegido delegado del taller entre 1982 y 1992, defendiendo los derechos de sus compañeros. Salvo los 17 meses que tuvo que hacer el servicio militar en el extremo sur del país, entre 1979 y 1981, zafando de la guerra de Malvinas por poquito tiempo, dedicó su vida a la imprenta, y luego de la toma, a la lucha por la apropiación del trabajo, por otra sociedad a través del trabajo socializado. Con el espíritu de época del ‘Que se vayan todos’, votó a “la izquierda”, que representaba la figura icónica de Luis Zamora en aquellos días animados de las elecciones del 2003. Desde entonces seguía trabajando, siempre apoyando a los proyectos comunitarios y educativos como el bachillerato popular, desarrollados en y a través de la cooperativa Chilavert, así formando parte de movimientos y redes sociales que se extendían más allá del portón de la imprenta.

Junto con sus compañeros de trabajo hizo historia. Eso, pocos lo pueden incluir en su legajo al final de su vida. Hizo historia no con grandes publicaciones ni por estar en las tapas de los diarios, sino de verdad; con sus manos, su cuerpo y su mente. Es de esa forma como se va a derrotar al sistema. Son personas como Aníbal las que inspiran a sus entornos, a sus compañeros, y dejan huellas que pierden el nombre en la escritura de la gran historia. Pero son ellos los verdaderos protagonistas de los procesos históricos.

Le doy la última palabra a Aníbal. Son más bien palabras extraídas de la entrevista mencionada anteriormente y que capturan quién era Aníbal y por qué lo queremos, lo recordamos y cuál fue su parte en cambiar la historia:

“Las empresas recuperadas, la debilidad es el bajar el brazo. Porque cuando vos estas en lucha no podés dejar luchar. O quedáte, una vez que conseguiste algo, quedáte ahí. Siempre tenés que seguir luchando, porque nunca sabés, cuando se te cambia un gobierno o algo, nunca te podés quedar. Y la parte de la fuerza es la unión. No, vos conseguiste esto quedáte acá. Y esta otro sufriendo lo que vos sufriste, capaz que más o menos, pero está sufriendo. Si vos te pudiste levantar, que mejor tenés que ayudar a otro que todavía no pudo. Siempre lo que hay que mantener es la solidaridad.”

(*) Las fotografías que ilustran esta evocación muestran a Aníbal en su máquina (a la derecha, foto de 2003); a Ernesto, Aníbal, Plácido y Jesica, una imprentera de Chile (imagen de la izquierda, tomada en enero de este año, cortesía de Plácido Peñarrieta); y, abajo, Aníbal en la imprenta, hablando con Plácido durante una jornada laboral de Chilavert (2003).

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