Saturday Apr 27, 2024

El “socialismo africano”: la búsqueda de un camino autónomo

Por Andrés Ruggeri

La independencia de los primeros países africanos a principios de los años 60 llevó a sus nuevos gobiernos a debatir un modelo de desarrollo que implicara la superación tanto del colonialismo como del capitalismo. Una de las propuestas que tomó fuerza, especialmente en la Tanzania de Julius Nyerere, fue la del “socialismo africano”, que proponía apoyarse en el modo de vida comunitario de los pueblos tradicionales africanos para construir un proceso socialista que no fuera una copia de los modelos occidentales, basado en la solidaridad comunal.

Cuando se mencionan los antecedentes históricos de la autogestión, las primeras referencias son luchas obreras revolucionarias en el continente europeo y, con menos frecuencia, algunas experiencias latinoamericanas. Es lógico, si pensamos en la autogestión como una revuelta contra la explotación del trabajo asalariado que se formó junto al capitalismo industrial que se expandió desde Europa hacia el resto del mundo, y que ese proletariado se fue formando en la periferia con posterioridad. Pero no deja de ser una señal de eurocentrismo que, existiendo enormes luchas populares en todo el mundo, no incorporemos a estas referencias procesos de otros continentes, o que estos sean conocidos en mucho menor grado. Dentro de esa ignorancia general, en que los del Sur global conocemos a otros movimientos de nuestro mismo hemisferio a través de los medios de comunicación y los intelectuales y activistas del Norte, el continente más desfavorecido es África.

 

EL “SOCIALISMO AFRICANO”


La mayor parte de las primeras naciones africanas que lograron la independencia se plantearon construir una sociedad radicalmente diferente a la que dejaron los colonialistas. Eran países con una administración pensada para facilitar y organizar la extracción de materias primas para enviar a las metrópolis, en manos de funcionarios de los países colonizadores, a lo sumo con una pequeña capa de empleados nativos que gozaban de algunos privilegios frente a una mayoría postergada y generalmente sometida a trabajos forzados y a brutales condiciones de explotación. Si en la actualidad las economías africanas, después de más de medio siglo de independencia, continúan siendo extremadamente dependientes de la explotación de riquezas naturales y de la continuidad de lazos de dependencia con las antiguas metrópolis, esta situación era mucho más notoria a fines de los ‘50 y principios de los ‘60, que es cuando se empiezan a producir las primeras independencias. Estos procesos fueron, en gran parte, declarados por las propias potencias coloniales, que en breve plazo comenzaron a abandonar los países, contando con continuar con lazos de dependencia neocolonial o, simplemente, no estando más en condiciones de financiar una dominación cada día más resistida incluso por la vía armada. Dejaron en el poder a los partidos políticos mayoritarios de la población nativa que, salvo algunas excepciones, tenían un perfil de izquierda e intentaron rápidamente desarrollar un modelo propio, alternativo a la herencia colonial. Es en esta instancia en la que empieza a surgir el debate acerca del tipo de sociedad a construir, apareciendo la opción socialista en primer plano.
Pero, ¿qué tipo de socialismo se podría construir en países que no sólo habían sido colonias hasta poco tiempo antes, sino que antes del período relativamente breve de la administración europea habían estado formados en su mayoría por sociedades tribales, solo en contados casos con algún tipo de organización estatal propia? Los partidos y gobiernos africanos se encontraron de buenas a primeras con un debate similar al que se había dado en Rusia a principios del siglo XX, acerca de la factibilidad del desarrollo del socialismo en países de la periferia capitalista o, en términos de la época, “atrasados”. Sin embargo, incluso la Rusia zarista, con sus masas de campesinos e industrialización incipiente, podía mostrar características propias de una economía capitalista que las naciones africanas escasamente podrían encontrar en su conformación. Los colonialistas que ahora abandonaban a su suerte las colonias habían dejado, en el mejor de los casos, algunas infraestructuras destinadas a una más eficiente explotación de los recursos naturales. Países como Ghana, Costa de Marfil, Senegal o Tanzania no contaban con una clase trabajadora industrial, en algunos casos ni siquiera con un campesinado que generara un tipo de agricultura más allá de la subsistencia o algunos cultivos particulares destinados a la exportación. Y, al mismo tiempo, colonialismo y capitalismo aparecían como dos caras de una misma moneda, un modelo impuesto por el invasor.
La ideología de los distintos partidos que accedieron a los gobiernos de estos primeros países africanos independientes, en general los que habían estado sometidos, en el África sub-sahariana, a los imperios francés, inglés y belga (tanto las colonias portuguesas como la zona austral dominada por el régimen racista de Sudáfrica, deberían atravesar un sufrido y cruento proceso de liberación que en algunos casos llevaría otras dos décadas más, hasta principios de los ‘90) no era homogénea. Pero se advertían dos grandes grupos, uno de ellos que planteaba un desarrollo capitalista como continuidad de las economías heredadas y otro que se planteaba la alternativa socialista. Dentro de este último grupo, en el que se destacan la Ghana de Kwame Nkrumah, la Guinea de Sékou Touré y la Tanzania de Julius Nyerere (foto), se plantea abiertamente la discusión del “socialismo africano”, un socialismo que debería abrir la vía de los países africanos al desarrollo, pero por sus propios métodos y basándose en el contexto y las tradiciones africanas. A su vez, esta tendencia debatía con las corrientes hegemónicas del desarrollo socialista de la época, que básicamente se inspiraban en el modelo soviético de planificación central.

 

SOCIALISMO AFRICANO COMO SOCIALISMO COMUNAL

Aunque el “socialismo africano” nunca se caracterizó por ser una corriente homogénea, vale la pena rescatar alguno de sus debates. El origen de esta corriente no es el marxismo sino el panafricanismo de teóricos como Du Bois y Padmore, que entre los años ‘30 y ‘50 desarrollaron teórica y políticamente el nacionalismo anticolonial africano. Aunque con distintos pasos por el marxismo y con diferentes perspectivas, ambos planteaban la unidad de los pueblos africanos para combatir el colonialismo y la superación del capitalismo implantado por los europeos a través de un socialismo no ortodoxo, adaptado a las condiciones de ese continente. Estas condiciones remitían al escaso e incompleto desarrollo industrial de las economías coloniales sobre la base de pueblos con estructuras económicas rurales y, en general, comunitarias.
Algunos de los líderes más importantes de esta primera etapa de la liberación del África, como Nkrumah y Nyerere, comenzaron a proponer las características de este socialismo propio de los pueblos africanos. El primer señalamiento es que África debe buscar su propio camino de desarrollo para dar cuenta de las necesidades de sus pueblos, y este desarrollo no tiene por qué seguir el camino de los europeos, ni el de las potencias coloniales ni el de los soviéticos. El segundo, que es el núcleo de las ideas del “socialismo africano”, es que la comunidad tradicional africana ya era una comunidad socialista. En la concepción de los socialistas africanos, la comunidad era la unidad social común a todos esos pueblos, con tierras y bienes comunes, y esas características constituían una base firme para un desarrollo socialista sin necesidad de una etapa capitalista previa. La formulación más clara en este sentido procede de Nyerere, líder de Tanganica, que posteriormente se convirtió en Tanzania al unificarse con la isla de Zanzíbar. Para Nyerere, la comunidad africana, la Ujamaa (una palabra swahili que se puede traducir por comunidad o hermandad era la base del socialismo africano. En la Ujamaa no solo hay hermandad entre los miembros, sino que las relaciones solidarias entre las personas y la organización igualitaria daban un punto de partida para sortear el individualismo y el egoísmo propio del capitalismo.
Tanto Nyerere como el senegalés Senghor o el ganés Nkrumah sostenían que la noción marxista de la lucha de clases tenía escaso sentido en África porque las estructuras tradicionales africanas no se hallaban divididas en clases sociales, sino que había una sola gran clase de campesinos estructurados en estas unidades comunales. La doctrina de la lucha de clases era, entonces, algo válido para las sociedades capitalistas europeas pero que dejaba de tener validez en África una vez desaparecida la estructura colonial y su capa de funcionarios y empresarios. El gran desafío era cómo compatibilizar esta estructura socialista tradicional con las capas medias de la administración estatal que reemplazó a los europeos y con los trabajadores asalariados de las pocas empresas heredadas de la colonia, generalmente en minería, ferrocarriles y otros servicios, subordinando a estos sectores a la conducción del “socialismo africano”, lo cual quedaba en manos de los partidos de la independencia.
La idea básica, en realidad, no era demasiado diferente de lo que proponían los populistas rusos, que incluso llegaron a discutir el tema con el propio Marx. Para los rusos, la estructura básica de la comunidad campesina, el mir, era el punto de partida para la construcción del socialismo, apoyándose en sus estructuras igualitarias, sin necesidad de pasar por una etapa de desarrollo capitalista. Pero, a diferencia de los populistas rusos, los africanos se encontraban con la oportunidad concreta de avanzar en ese camino alternativo.
Una visión diferente del “socialismo africano” fue la encarnada por Mohamed Babu, uno de los líderes de la revolución que tomó el poder en Zanzíbar en 1964 y decidió unificar la isla con el territorio continental para formar Tanzania, bajo la presidencia de Nyerere. A diferencia de éste, Babu no renegaba de Marx, sino que sostenía (en uno de los libros claves para la izquierda africana, ¿Socialismo africano o África socialista?) que la lucha de clases y el socialismo marxista eran viables en África. Sin embargo, en lugar de copiar el modelo soviético, para Babu los africanos deberían buscar su propio modelo de construcción socialista, teniendo en cuenta las estructuras tradicionales pero sin desconocer la existencia de clases sociales diferenciadas y en pugna, ni los contextos propios a los que debían adaptarse. Babu integró como ministro el gobierno de Nyerere, pero debido a sus diferencias terminó preso primero y luego exiliado.

 

LAS DIFICULTADES DE LA PRÁCTICA DEL “SOCIALISMO AFRICANO”


Las objeciones de Babu y otros líderes revolucionarios de la época tenían un piso significativo de realismo. La “comunidad tradicional” que reivindicaban Nyerere y Senghor no significaba lo mismo en el conjunto del continente, y no siempre se trataba de estructuras sociales sin estratificación o diferenciación de clases como sostenían los teóricos. En las diferentes etnias, estas estructuras implicaban prácticas sociales y culturales con capacidades diversas de adaptación a una perspectiva socialista. Y, generalmente, la reciprocidad y solidaridad se volcaban al interior de la comunidad, pero se volvían competitivas hacia otras etnias y grupos. Fue frecuente en la propia Tanzania de Nyerere que los funcionarios gubernamentales que debían implementar las políticas del “socialismo africano” lo hicieran en favor de un grupo étnico en detrimento de otro, lo que daba lugar a privilegios y conflictos tribales.
Por otra parte, el Estado colonial tampoco fue una simple yuxtaposición de una minoría blanca sobre una mayoría negra. Generalmente implicó también la formación de un estrato social de funcionarios y empleados públicos africanos que, con la descolonización, quedaron a cargo de las funciones estatales y comenzaron a tener intereses diferenciados con respecto a las comunidades rurales. Trabajadores especializados que habían formado sindicatos adquirieron las formas organizativas e intereses de los asalariados y estuvieron en mejores condiciones de defenderlos que los no asalariados que formaban la mayoría de la población. Por eso Nyerere o Nkrumah comenzaron a enfrentarse con los sindicatos. Para ellos, los trabajadores tenían intereses “consumidores” (es decir, defendían sus ingresos para lograr capacidades de consumo) y debían ser “productores”, ya que en naciones con poca capacidad productiva como las africanas los trabajadores debían sumar su esfuerzo para el desarrollo, aunque eso fuera en contra de sus intereses inmediatos (algo similar a la idea que se impuso en la URSS de que los sindicatos no eran necesarios porque la clase obrera estaba en el poder). La consecuencia fue el disciplinamiento por la fuerza de los sindicatos y sus líderes a los partidos de gobierno. Los conflictos de clase no dejaban de estar presentes.
Los intentos del gobierno de Nyerere por establecer la Ujamaa se centraron en las áreas rurales. Para poner en marcha condiciones mínimas de desarrollo y debido a los escasos recursos del país, la política del socialismo africano fue intentar unificar las aldeas pequeñas en núcleos mayores de población donde se pudieran concentrar acceso a maquinaria, financiamiento, condiciones sanitarias y de infraestructura. De esa manera, el proyecto buscaba reconstruir las comunidades aldeanas en comunas –algo similar a las comunas formadas en la Revolución china–, tratando de simplificar la tarea de los planificadores y ahorrar recursos, al tiempo que se llegaba a mayor población. Sin embargo, las cosas no resultaron tan fáciles. Nyerere anunció esta línea de acción con un discurso en 1967, pero su propio partido resistió su implementación en la práctica. Mientras, por un lado, los funcionarios no internalizaron el proyecto ni explicaron a los pobladores más pobres sus implicancias, los campesinos con mayores recursos se aprovecharon de la situación en su beneficio concentrando el acceso a la infraestructura. A principios de los ‘70, el gobierno relanzó su política y forzó a la creación de estas aldeas comunales hasta llegar a agrupar a 13 millones de aldeanos. Sin embargo, en pocos casos alcanzaron el mínimo de condiciones para que mejoraran las condiciones de vida y, menos aún, que los habitantes abrazaran el proyecto comunal.
Además, la situación política de Tanzania a nivel internacional no beneficiaba este camino independiente. A fines de los ‘60, la Guerra Fría estaba en su apogeo y los tanzaneses tenían escaso margen para acceder a recursos de capital sin plegarse a alguno de los dos grandes bloques en pugna. La persistencia de los lazos de dependencia con las viejas metrópolis coloniales en la mayoría de los demás países africanos que habían llegado a la independencia (especialmente los francófonos) y la opción de otros por un camino socialista de línea más clásicamente soviética, dejó poco margen para el “socialismo africano”.
Además, la resistencia de los colonialistas portugueses y del régimen sudafricano del apartheid (y su apéndice de Rodhesia), más el asesinato de Lumumba y la guerra civil que estalló en el Congo, complicaron la política de toda la región y la convirtieron en un escenario de guerra. La mayor parte de la segunda generación de los movimientos de liberación africanos, surgidos en este contexto, tomó una línea marxista más cercana a los planteos de Mohamed Babu que a los de Nyerere, o bien directamente marxista-leninista. La gira del Che Guevara por África en 1964 y su posterior incursión en la guerrilla del Congo (que usó como base el territorio de Tanzania), radicalizaron estas posiciones y dejaron a Nyerere prácticamente solo con su proyecto de Umajaa. Para fines de los años 70, el “socialismo africano” había pasado prácticamente al olvido.

 

BIBLIOGRAFÍA:
William Friedland y Carl Rosberg, África socialista. Fondo de Cultura Económica, México, 1967.
Mohamed Babu, African Socialism or Socialist Africa?, Zed Books, Londres, 1981.
Neville Alexander, African history and the struggle for decolonization, CERT, Johannesburg, 2011.

 

RECUADROS
ÁFRICA Y EUROPA
Los acontecimientos de África son completamente ignorados fuera del continente para todo lo que no sea hambrunas, catástrofes o guerras civiles. África es simplemente África, una masa indiferenciada de países, de clima y fauna salvajes y, generalmente, gente salvaje también. Pero el continente africano tiene 54 países y miles de etnias y culturas diferentes, cada una con su lengua, sus costumbres, su historia. Muchas de estas etnias, a su vez, han sido unidas en países de fronteras artificiales, definidas con regla en un mapa cuando las potencias coloniales se repartieron el continente en la Conferencia de Berlín, en 1885.
La agresión europea a los pueblos africanos empieza temprano, cuando los portugueses logran rodearla con sus navíos, establecen puestos comerciales en sus costas y el tráfico de esclavos comienza a afluir hacia América para alimentar plantaciones y explotaciones de todo tipo. Posteriormente, en la segunda mitad del siglo XIX las potencias industriales europeas terminan de ocupar todo el continente, sometiendo a sus habitantes, acabando con sus sistemas de gobierno y economía, explotando sus riquezas y masacrando a los que resistían. Hasta que, después de la Segunda Guerra Mundial, la descolonización empieza a desguazar esos viejos imperios y una nueva etapa comienza, la de África independiente. Tampoco fue fácil, la liberación fue incruenta en muchos países, pero implicó guerras de liberación sangrientas en otros como Argelia, Congo, Angola o Mozambique, con su último exponente en la Sudáfrica del apartheid que recién logró un gobierno de mayoría africana en 1994.

 

EL CHE EN ÁFRICA


La Revolución Cubana tuvo fuertes lazos con África desde el principio, cuando ya en 1960 envió un barco de armas al Frente de Liberación Nacional argelino. Para 1963, los cubanos ya habían entablado relación con los más importantes movimientos de liberación del continente y con sus gobiernos más izquierdistas. La gira del Che Guevara en 1964 no sólo afianzó estos lazos, sino que preparó el terreno para una acción de solidaridad internacional más activa. En la concepción del Che, esto significaba un apoyo concreto a la lucha armada, y el terreno elegido fue el Congo, que se debatía en una feroz guerra civil entre los partidarios del líder Patrice Lumumba y la dictadura de sus asesinos Mobutu y Tschombe que, con el apoyo de la CIA y mercenarios de varios países europeos, desestabilizaban a los gobiernos de la región. Como es sabido, la experiencia que se lanzó desde territorio de Tanzania terminó en un rotundo fracaso. El retiro del apoyo del gobierno de Nyerere, temeroso de verse envuelto en el conflicto (y que tampoco había sido avisado que el Che en persona iba a encabezar la guerrilla) fue el golpe de gracia.
Sin embargo, la incursión del Che (y su gira previa) no pasó sin consecuencias para los movimientos africanos. Esa temprana relación con Cuba reforzó la idea de “África socialista” antes que “socialismo africano”, decantándose por una línea más afín a los países socialistas de entonces. Esto incluía no solo a partidos marxistas leninistas, sino incluso al Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela, que en ese mismo año caía preso, bajo la “ley de supresión del comunismo” del régimen del apartheid.

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